Porque no le dan su don
en el trato, don Adán
se vuelve un vil alacrán
que hinca su agudo aguijón.
Su vida, un hondo bidón
con entrañas de alquitrán:
rencor y envidia y un gran
temor a ser segundón.
Con despectivo desdén
y cariz de puercoespín
trata a la gente común
y a tantos hombres de bien
ha bajado este Caín
a la altura del betún.